SOLEMNIDAD
DE LA INMACULADA CONCEPCION DE LA VIRGEN MARIA. AÑO 2018
Queridos hermanos y hermanas, hoy con
la celebración de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, patrona
de España, rompemos la sobriedad del Adviento, que por otro lado presenta a la
Virgen María como su figura central y modelo de esperanza, pues en María se
resume la espera de Israel en ser consolado por el Mesías.
Hoy nosotros, que aguardamos el
consuelo definitivo del Señor, al celebrar como María, en previsión de la
Encarnación del Hijo de Dios, nació sin que le fuera imputada la pena del pecado
original como a nosotros se nos imputa. Estamos celebrando llenos de gozo y
esperanza la victoria de Dios sobre el demonio y el pecado. Un triunfo, que se
manifiesta antes que, en nadie en María, al ser preservada de todo pecado desde
el primer instante de su existencia.
Así la preparó Dios para que fuera la
digna madre del Hijo de Dios. En ella se cumple lo anunciado en el Libro del
Génesis “la mujer aplastará la cabeza de la serpiente, cuando esta la muerda en
el talón”, como hemos escuchado en la primera lectura de hoy. En María, Virgen
Inmaculada, se cumple plenamente la elección que Dios ha realizado sobre cada
uno de nosotros en la persona de Cristo para que seamos santos e irreprochables
ante Él por el amor.
Así es como el ángel Gabriel saludó a
María llamándola “Llena de Gracia”, nosotros debemos de dar gracias al Señor,
porque la tierra ha dado su fruto; fruto que es bendición de Dios que siempre
cumple sus promesas. De este modo en la plenitud de los tiempos, cuando el
pueblo escogido de Dios estaba maduro, María, que había sido escogida en la
noche de los tiempos por Dios para ser la Madre del Mesías.
Esta vocación singular de María, e las
que hoy nos ha presentado el Evangelio, que hace un momento hemos proclamado,
el cual nos ayuda a comprender y descubrir la identidad de esta mujer sin
paragón ninguno en la historia de la salvación. Ella, joven prometida como
esposa con un descendiente de David, Jose; es saludada por el mensajero de
Dios, como los profetas del Antiguo Testamento saludaban a la ciudad santa de
Jerusalén, considerada por ellos como la esposa de Dios: “Alégrate, el Señor
esta contigo. Tu estás llena del amor gratuito de Dios. Tu concebirás un hijo
que llamarás Jesús, tu serás la madre del Hijo de Dios”.
Esta vocación de María a ser la Madre
del Redentor es la que hace que será preservada del pecado original. Que es lo
que hoy realmente celebramos, que María es la mujer “sin pecado”. Vocación esta
a la que también esta llamado todo el pueblo de Dios, entre los que nos incluimos
nosotros. La aceptación de esta llamada convierte a María en la verdadera “hija
de Sión” (Sión es el nombre primitivo de la ciudad de Jerusalén), además de en
icono de Israel que ve colmada su espera y acoge al Mesías que viene como
modelo para nosotros.
Orígenes, uno de los padres de la
Iglesia, se pregunta a este respecto “¿De que me sirve confesar a Cristo venido
en la carne, si no viene a mi carne?” Y es que cada uno de nosotros, a
imitación de la Virgen María, estamos llamados con una vocación y unos dones
diferentes para cada persona a engendrar en nuestro corazón a Cristo.
Todo cristiano por vocación bautismal
ha de ser morada de Cristo, para que tal y como el Hijo de Dios se ha hecho
carne en María, también en nuestra carne toma forma para llegar a los demás por
medio de nuestras obras, palabras, gestos, peros sobre todo por el amor que
somos capaces de transmitir.
Si acogemos la semilla de la Palabra de
Dios en nosotros, mediante la escucha obediente, como hizo María, si nosotros
como Ella sabemos vivir la espera de Dios hecho hombre, lejos de agobios,
prisas e impaciencias, descubriremos una presencia nueva y desconocida de Dios
en nuestras vidas llenando nuestros vacíos existenciales y dando un sentido
nuevo a cada acontecimiento que vivimos; dando un sentido nuevo a nuestra vida.
Presencia, esta que se manifiesta en el servicio desinteresado a los demás y en
el amor al prójimo. Esto es lo que vivió María en la encarnación y lo que hizo
ras saber que iba a ser la madre del Hijo de Dios, se va a la montaña de Judea
a ponerse al servicio de su prima Isabel, al servicio de quien la necesita.
La fiesta de hoy ha de suponer para
nosotros, cristianos del siglo XXI y en estos momentos protagonistas de la
Historia de la Salvación, una nueva ocasión para contemplar a Cristo engendrado
por María, que representa a toda la Iglesia: el cual nos llama a avanzar en el
amor al prójimo como el mejor camino para alcanzar la salvación.