II
DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO. CICLO C. AÑO 2019
Queridos
hermanos y hermanas la Palabra de Dios de este Domingo quiere que sigamos
conociendo a Jesús, a la vez que nuestra fe en Él se robustezca y crezca. Para
ello hoy el Evangelio nos presenta la escena de las Bodas de Cana, donde vemos a
Jesús actuando para devolver la paz y la alegría a los que la han perdido.
Para que cada uno de nosotros
descubramos a Dios actuando en nuestras vidas y desde ahí aumente nuestra fe en
Él. Hoy el Señor nos ha regalado una Palabra asombrosa, la cual, por medio de la
mano del Profeta Isaías, que pretende crear en nuestro corazón un sentimiento
de esperanza; como lo creara en Israel a su vuelta del exilio en Babilonia, a
pesar del estado de abandono y ruina en que se encuentra Jerusalén habitada
ahora por un pueblo extranjero. El deseo del Profeta es que Jerusalén sea una
ciudad santa desde la cual sean gobernados con justicia los pueblos de la Tierra.
Isaías no sólo se refiere a Jerusalén al
hablar al pueblo de Dios, sino también al corazón de los judíos y al corazón de
aquellos que a través de los siglos hemos meditado este texto sagrado. Porque
todos hemos vivido algún momento de crisis espiritual independientemente del
motivo por el que haya sido. Crisis son esos momentos en los que nuestro
corazón se parece a la Jerusalén que los israelitas encontraron a su vuelta del
exilio: devastada, arruinada, abandonada. Es decir, no sentimos ni vemos a Dios
por ningún lado. Pero como el Profeta deseamos con todas nuestras fuerzas que
nuestro corazón sane, para que Dios vuela a gobernar nuestra vida con amor y
justicia.
Por otro lado, el salmista de hoy nos
ha invitado insistentemente a alabar al Señor. Por eso, es algo que no es fácil
hacerlo cuando uno esta en crisis, porque no ve a Dios por ninguna parte. De ahí,
es por lo que hemos de resistirnos a sentimientos tales como la indiferencia o el
rechazo. Por el contrario, debemos de recordar los momentos en los que hemos visto
la mano de Dios en nuestras vidas. Ejemplo de esto lo tenemos en Santa Teresita
del Niño Jesús, cuando ya muy enferma de tuberculosis, poco antes de morir, sufrió
una terrible crisis espiritual, lo que no le impidió dejar por escrito su gran
amor a Dios en su libro “Historia de un Alma”.
En la segunda lectura de hoy, el
Apóstol San Pablo nos ha hablado de que todos somos necesarios para la construcción
de la Iglesia; y para ello hemos recibido por medio del Espíritu Santo una
serie de dones y carismas, que nos hacen ser complementarios los unos de los
otros en la manifestación del Reino de Dios. Dones y carismas los cuales
determina nuestra vocación en la vida y en la Iglesia.
Una vida que en muchas ocasiones es
como las Bodas de Caná; cuando menos nos damos cuenta se nos acaba la alegría,
las ilusiones. Y todo ello, porque no nos hemos percatado del paso del Señor
por nuestra vida, dejando que la monotonía, los continuos problemas y las
dificultades a superar a diario, ganen terreno en nuestra vida llevando poco a
poco a vivir permanentemente instalados en el desanimo y la apatía. Y es ese
estado donde comenzamos a pensar que a Dios ya no le importamos, que Dios nos
ha abandonado.
Y es en esos momentos, donde el Señor
pone delante de nosotros un hermano; que, igual que tú en su bautismo ha
recibido el don de la alegría, el carisma de hacer felices a los demás. Para
que, al igual que hizo María, la madre de Jesús, en Caná, interceda por ti ante
Cristo, de todas las formas posibles, para que la alegría y el gozo puedan
volver a reinar en el corazón del que ha perdido la ilusión. Haber experimentado
y ser conscientes a posteriori de este paso del Señor por nuestra vida debe hacer
que nuestra fe Él crezca; pues nos damos cuenta de que nunca hemos dejado de
importarle, que siempre ha estado ahí y más cerca que nunca en esos momentos en
que no lo veíamos por ningún lado.
Los grandes maestros espirituales de todos
los siglos han afirmado siempre que los tiempos de crisis son oportunidades que
Dios nos da para madurar interiormente y de acercarnos más a Él. Por muy hundidos
que nos sintamos, es muy importante que dejemos de amar a Dios. Aunque a veces
esto sea tan difícil, con la ayuda de nuestra Madre del Cielo, la Virgen María,
nuestra alma volverá a contad a todos las maravillas del Señor.