sábado, 19 de enero de 2019


II DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO. CICLO C. AÑO 2019
        Queridos hermanos y hermanas la Palabra de Dios de este Domingo quiere que sigamos conociendo a Jesús, a la vez que nuestra fe en Él se robustezca y crezca. Para ello hoy el Evangelio nos presenta la escena de las Bodas de Cana, donde vemos a Jesús actuando para devolver la paz y la alegría a los que la han perdido.
         Para que cada uno de nosotros descubramos a Dios actuando en nuestras vidas y desde ahí aumente nuestra fe en Él. Hoy el Señor nos ha regalado una Palabra asombrosa, la cual, por medio de la mano del Profeta Isaías, que pretende crear en nuestro corazón un sentimiento de esperanza; como lo creara en Israel a su vuelta del exilio en Babilonia, a pesar del estado de abandono y ruina en que se encuentra Jerusalén habitada ahora por un pueblo extranjero. El deseo del Profeta es que Jerusalén sea una ciudad santa desde la cual sean gobernados con justicia los pueblos de la Tierra.
         Isaías no sólo se refiere a Jerusalén al hablar al pueblo de Dios, sino también al corazón de los judíos y al corazón de aquellos que a través de los siglos hemos meditado este texto sagrado. Porque todos hemos vivido algún momento de crisis espiritual independientemente del motivo por el que haya sido. Crisis son esos momentos en los que nuestro corazón se parece a la Jerusalén que los israelitas encontraron a su vuelta del exilio: devastada, arruinada, abandonada. Es decir, no sentimos ni vemos a Dios por ningún lado. Pero como el Profeta deseamos con todas nuestras fuerzas que nuestro corazón sane, para que Dios vuela a gobernar nuestra vida con amor y justicia.
         Por otro lado, el salmista de hoy nos ha invitado insistentemente a alabar al Señor. Por eso, es algo que no es fácil hacerlo cuando uno esta en crisis, porque no ve a Dios por ninguna parte. De ahí, es por lo que hemos de resistirnos a sentimientos tales como la indiferencia o el rechazo. Por el contrario, debemos de recordar los momentos en los que hemos visto la mano de Dios en nuestras vidas. Ejemplo de esto lo tenemos en Santa Teresita del Niño Jesús, cuando ya muy enferma de tuberculosis, poco antes de morir, sufrió una terrible crisis espiritual, lo que no le impidió dejar por escrito su gran amor a Dios en su libro “Historia de un Alma”.
         En la segunda lectura de hoy, el Apóstol San Pablo nos ha hablado de que todos somos necesarios para la construcción de la Iglesia; y para ello hemos recibido por medio del Espíritu Santo una serie de dones y carismas, que nos hacen ser complementarios los unos de los otros en la manifestación del Reino de Dios. Dones y carismas los cuales determina nuestra vocación en la vida y en la Iglesia.
         Una vida que en muchas ocasiones es como las Bodas de Caná; cuando menos nos damos cuenta se nos acaba la alegría, las ilusiones. Y todo ello, porque no nos hemos percatado del paso del Señor por nuestra vida, dejando que la monotonía, los continuos problemas y las dificultades a superar a diario, ganen terreno en nuestra vida llevando poco a poco a vivir permanentemente instalados en el desanimo y la apatía. Y es ese estado donde comenzamos a pensar que a Dios ya no le importamos, que Dios nos ha abandonado.
         Y es en esos momentos, donde el Señor pone delante de nosotros un hermano; que, igual que tú en su bautismo ha recibido el don de la alegría, el carisma de hacer felices a los demás. Para que, al igual que hizo María, la madre de Jesús, en Caná, interceda por ti ante Cristo, de todas las formas posibles, para que la alegría y el gozo puedan volver a reinar en el corazón del que ha perdido la ilusión. Haber experimentado y ser conscientes a posteriori de este paso del Señor por nuestra vida debe hacer que nuestra fe Él crezca; pues nos damos cuenta de que nunca hemos dejado de importarle, que siempre ha estado ahí y más cerca que nunca en esos momentos en que no lo veíamos por ningún lado.
         Los grandes maestros espirituales de todos los siglos han afirmado siempre que los tiempos de crisis son oportunidades que Dios nos da para madurar interiormente y de acercarnos más a Él. Por muy hundidos que nos sintamos, es muy importante que dejemos de amar a Dios. Aunque a veces esto sea tan difícil, con la ayuda de nuestra Madre del Cielo, la Virgen María, nuestra alma volverá a contad a todos las maravillas del Señor.


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