sábado, 20 de mayo de 2023

A propósito de la fiesta de la Ascensión del Señor.....

Queridos hermanos y hermanas, la celebración de la Ascensión del Señor, marca la recta final del tiempo de Pascua, en el que de un modo especial de la mano de San Lucas a través del Libro de los Hechos de los Apóstoles , nos hemos aproximado a la experiencia pascual vivida por aquel grupo de pescadores galileos que se unieron a Jesús. Los hemos acompañado, viéndonos muchas veces reflejados en sus vivencias; y viendo como del miedo y el temor durante los días que Jesús permaneció en el sepulcro la alegría y el gozo se adueñaron de ellos con cada una de las apariciones del Resucitado. Los mismo que ahora experimentan ver a Jesús subir a los  con la promesa de que recibirán el Espíritu Santo. 


Es este Espíritu Santo que el Padre y el Hijo hacen descender sobre la Iglesia, el que nos permite a aquellos que nos hemos adherido a Jesús cumplir el último mandato de Jesús “Id y haced discípulos…”. Porque sin este Espíritu pronto nos cansamos y agotamos e incluso puede ser que arrojemos la toalla y nos rindamos. San Lucas nos dirá la semana que viene que “…los discípulos estaban en una casa con las puertas cerradas por miedo a los judíos”, pero que cuando vino sobre ellos el Espíritu Santo se llenaron de fuerza y valor para dar testimonio de todo lo que han vivido junto a Jesús con la certeza de que a pesar de su ausencia física de entre nosotros el sigue estando presente de un modo totalmente nuevo. 


Esta experiencia pascual de los discípulos y apóstoles de Jesús es la misma que cada uno de nosotros vivimos en el transcurso de nuestra vida. Todos en nuestras vida tenemos un periodo en el que, como los discípulos durante la vida pública de Jesús,  nos gusta estar con Él y aprender de sus Palabras y sino truncamos este proceso, como hizo el joven rico del Evangelio; llegará otro momento oscuro y de crisis como el que los discípulos vivieron durante la pasión y los días en que Jesús estuvo muerto. Tiempo en el que nos preguntamos ¿Dónde está Dios? O por el porqué de nuestro sufrimiento, agobio, dolor… Este tiempo es al que Santa Teresa de Jesús se refiere en sus escritos como “la noche oscura del alma” y que para ella duró más de cuarenta años. 


Para después pasar a la alegría y la expectación de la Resurrección del Señor. Experimentándola como algo novedoso y desconocido para nosotros, que a pesar de estar tan acostumbrados a asegurárnoslo todo, a pesar de la propuesta desconocida que se nos hace, esta es la vivencia que nos llena de la alegría y el gozo que nuestro corazón anhela. Para finalmente como los discípulos llenarnos del Espíritu Santo y convencernos de que de todo lo que Dios ha ido haciendo en nuestra vida y de como por medio de Jesucristo ha salido a nuestro encuentro y de cómo nos sentimos animados por Él por medio del Espíritu Santo. 


Jesús, en diversas ocasiones dice a los suyos que es necesario que Él vuelva al Padre, pero que su regreso a la gloria del cielo no supone que se desentienda de lo que ha estado haciendo con sus discípulos; sino que cuando Él este junto al Padre entre los dos enviaran sobre ellos el Espíritu Santo que nos revelará y dará a conocer una nueva forma de estar dios presente en medio de su pueblo y de caminar Jesús al frente de la Iglesia. 


Esto es así, porque la Ascensión de Jesús es una consecuencia lógica de su Resurrección. Jesús, después de haber cumplido su misión; tras haber roto las cadenas que nos esclavizaban a la muerte y ser glorificados por Dios en la Resurrección. Después de haber dejado claro que el cuerpo de carne y hueso que depositaron en el sepulcro ha resucitado. Él que no tiene pecado, Él que es puro como lo era Adán antes de morder la manzana. No puede permanecer físicamente en un mundo en el que los hombres nos arrojamos tan fácilmente en los brazos de la tentación y del pecado. Tiene que regresar junto al Padre del que un día salió y permanecer allí a la espera de que nosotros le sigamos hasta el día que Dios Padre tiene establecido para su regreso a este mundo. 


Pero quien por amor hizo que su Verbo se encarnara en el seno de una doncella de Nazaret llamada María. Y aquel por amor a cada hombre y mujer que ponemos nuestros pies sobre la faz de la tierra ha subido al madero de la cruz, no puede dejarnos sin más en este mundo a la espera de su regreso. Si no, que como si de la “Parábola de los talentos” se tratase nos deja un encargo, conocido como la “Gran Comisión”, les dice a sus discípulos y nos dice a nosotros: “Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que yo os he enseñado”.


Para esta tarea, que no podemos dilatar en el tiempo, contamos al igual que la semana que viene veremos que contaron los Apóstoles y discípulos de Jesús, con la fuerza y la gracia del Espíritu Santo. De lo contrario podemos ser ese siervo holgazán que aparece en la ya citada “Parábola de los Talentos”. Porque el Padre y el Hijos han enviado sobre nosotros al Paráclito para que nuestras preocupación sea solo la de ir e ir en nombre del Señor a anunciar su amor. 


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